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Gaia, la teoría científica que argumenta lo obvio: la Tierra está viva

Planteada por el científico inglés James Lovelock en 1969 y reforzada después por la estadounidense Lynn Margulis con sus estudios sobre microbiología, su argumento principal dice que, igual que hace el cuerpo humano, “la Tierra regula su propia vida a través de los organismos más pequeños”. La biología evolucionista es su más grande detractora, pues atenta contra el aceptado paradigma darwiniano

¡El planeta Tierra está vivo! no es solo un cuerpo inanimado compuesto de roca y agua que utilizamos como hogar, así lo asegura una teoría científica llamada simplemente: “Gaia”.

Según esta teoría, la Tierra es vida en sí misma, es decir, no solo es capaz de albergar a seres vivos, sino que se comporta como un super organismo que modifica activamente su composición para asegurar su supervivencia.

Una multitud de ciclos interconectados son la clave de su auto regulación, por ejemplo el del carbono: si la temperatura de la Tierra se mantiene apta para la vida es porque el dióxido de carbono que arrojan a la atmósfera los volcanes y los animales es absorbido por las plantas en el ciclo de la fotosíntesis, evitando que la temperatura se eleve.

La teoría Gaia fue planteada por el científico inglés James Lovelock en 1969, y reforzada con los estudios de la microbióloga estadounidense Lynn Margulis una década después.

Juntos, Margulis y Lovelock, desarrollaron el argumento principal de la teoría: la Tierra regula sus niveles de calor a través de los organismos más pequeños que la habitan, tal como lo hace el cuerpo humano cuando suda porque hace calor o cuando tirita porque hace frío.

Los científicos descubrieron que si la vida en la Tierra ha permanecido a pesar del incremento paulatino de la temperatura del sol es porque los organismos vivos han ido cambiado la composición de los gases terrestres, y al hacerlo, logran moderar y atenuar los efectos de la radiación solar.

El paso de Lovelock por la NASA fue crucial para formular la teoría. En los años 60, la agencia espacial le encomendó desarrollar un proyecto para verificar la existencia de vida en Marte. Para el científico no fue necesario enviar naves al planeta rojo, bastó con observar sus condiciones ambientales y compararlas con las de la Tierra.

Lovelock descubrió que los gases de la atmósfera marciana estaban en perfecto equilibrio, es decir, sin posibilidad de hacer reacciones químicas entre ellos, en total contraste con la atmósfera de la Tierra, que tiene una gran cantidad de gases en constante interacción, pero lo que más sorprendió a Lovelock, fue que en nuestra atmósfera, esos gases aún interactuando sin cesar, permanecen de manera más o menos constante en el tiempo.

La alianza entre Margulis y Lovelock fue casi natural, entre un macrocosmos y un microcosmos. Para ella, una ferviente estudiosa de la simbiosis –el proceso mediante el cual un organismo colabora con otros para beneficiarse mutuamente- la teoría Gaia fue como relacionarse con la misma dinámica que ya había visto en sus estudios científicos sobre organismos microbiológicos, solo que, claro, a una escala mayor.

 

Detractores y… ¿fanáticos?

Aunque la teoría parece hoy una idea sumamente simple y hasta de sentido común, lo cierto es que ha encontrado oposición entre algunos miembros de la comunidad científica.

Los biólogos evolucionistas han sido sus más férreos detractores, pues la teoría Gaia atenta directamente contra el paradigma darwiniano, que pone en el centro de sus explicaciones a la supervivencia de los organismos, y no a la cooperación entre especies. Es por ello que se niegan a creer que las plantas producen dióxido de carbono “por el bien de la Tierra”, y en cambio, prefieren afirmar que eso es solo “un comportamiento funcional” de las plantas.  

Aceptar la teoría conlleva un peligro: que se tome a la capacidad de auto regeneración de la Tierra como un permiso para contaminar y destruir | Imagen: Jordi Busqué

Desde su nacimiento, la teoría Gaia ha atraído a férreos adeptos dentro de la comunidad New Age, un pretexto más de los científicos detractores para desdeñarla y mirarla con recelo.

Tras la publicación de la teoría, comenzaron a aparecer libros sobre jardinería Gaia, retiros Gaia, iglesias de Gaia, música, arte, grupos de ecologistas radicales y ecofeministas; incluso líderes religiosos. Quizás el más conocido de ellos sea Oberon Zell-Ravenheart, el fundador de la Iglesia de Todos los Mundos y defensor del movimiento del llamado “poliamor”, y quien se adjudicó para sí mismo la autoría de Gaia.

El nombre de la teoría hace alusión a la antigua diosa griega de la Tierra, Gaia, pero no fue Lovelock ni Margulis quienes la bautizaron de esa manera, sino el escritor William Goldin, autor de “El señor de las moscas”, un amigo de Lovelock que constantemente lo motivo y siguió de cerca sus trabajos.

Por diversas razones, la teoría Gaia aún no se ha hecho un lugar en el anaquel de la ciencia moderna, sin embargo, sí ha permeado en las discusiones de una rama de estudios que ven a la Tierra como un sistema interconectado.

Para Margulis la aceptación de la teoría podría conllevar un peligro: que se tome a la capacidad de auto regulación y regeneración de la Tierra como un permiso para contaminar y destruir, pues si bien la Tierra se recuperará de los excesos que le infringen los humanos, posiblemente eso suceda en un mundo donde el ser humano ya se haya extinguido.

 

Con información de Pijama Surf, Aeon, Wikipedia y Curiosa Mente

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